Editorial: @penguinlibros
«Sabía que todo estaba relacionado: el secuestro del pequeño Elliot, la muerte de John Mercer y la desaparición de Steve Flannagan».
«Porque la verdad se puede negar, se puede ocultar, olvidar o incluso disfrazar. Pero la verdad siempre vuelve. Siempre».
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Después de aquel suceso, Goodrow Hill volvió a ser aquella localidad pequeña rodeada de montañas que rezumaba paz y tranquilidad. Hasta ahora, veinticinco años después, cuando Mark Andrews recibe una carta con la fotografía de todos los integrantes de la pandilla de amigos de aquel verano de 1995: Vance, Carrie, Helen, Cooper, Tom, Jesse y Steve. Y en ella, un detalle inquietante: los ojos de uno de ellos aparecen tachados. A las horas, aparece muerto.
Así, con esta trepidante introducción, arranca el título cuya reseña os traigo hoy, un thriller tan sumamente maravilloso y adictivo como su autor y la obra que le precede, «La vida secreta de Sarah Brooks», a la cual se le hace un guiño en esta pese a que la trama es inconexa (se pueden leer por separado).
Plagada de flashbacks -detalle que me encanta- y conformada por un entresijo de secretos que, cuando creas haber resuelto, te llevará al origen de todo de nuevo, los amantes de la novela negra están de enhorabuena.
Acabo de terminarla y ya estoy deseando leer la siguiente novela de Santiago Vera, que me alegra enormemente que esté ultimando 
